
Enemigos del capital
Por Dr. Cristóbal Matarán López
Es frecuente encontrarse en los ambientes universitarios con asociaciones estudiantiles o profesores que se definen como «enemigos del capital». A qué se refieren con esto no es tan fácil de entender. Lo que parece seguro es que todos se definen como «a favor de lo bueno y en contra de lo malo». Ahora bien: ¿qué entiende por esto cada uno? Pues bien, el hombre de paja creado es el malvado capital, un ente amorfo, metafísico y amoral, que organiza la sociedad en contra de sí misma.
Los enemigos del capital tienen un rancio abolengo. Los primeros de los que se tiene constancia son los denominados luditas, algo así como un grupo terrorista, surgido en la Gran Bretaña de la Primera Revolución Industrial. Estos luditas se dedicaban, fundamentalmente, a culpar al capital de la pérdida de puestos de trabajo que la mecanización traía consigo. Donde antes eran necesarios cien campesinos para labrar una finca, ahora únicamente diez trabajadores provistos de los medios de capital adecuados podrían realizar dicho trabajo. Por tanto, los luditas tenían un cierto atisbo de verdad: efectivamente, las máquinas quitaban trabajo a los seres humanos. Lo cual resulta una bendición. Lo que los luditas no terminaron de entender es que el capital elimina los trabajos más repetitivos, menos creativos y con menor valor añadido.
A medida que el capital se ha ido acumulando en los tres últimos siglos, no han faltado reacciones al proceso de cooperación social. El movimiento obrero surgido en la Gran Bretaña del siglo XVIII tuvo, como cúspide, el enfrentamiento entre unos obreros desvalidos (no poseedores del capital) frente a unos desalmados capitalistas, que les obligaban a trabajar en sus fábricas. Esta dialéctica fue llevada hasta sus últimas consecuencias por el burgués Karl Marx, para el que toda revolución violenta que surgiera como consecuencia de esta enconada lucha no solamente era moralmente válida, sino que resultaba inevitable. El quid de la cuestión es este: ¿Quién debía poseer y organizar dichos bienes de capital?[Md1] Marx y sus seguidores jamás se preocuparon de explicar las virtudes que llevaron a ciertos individuos a trepar en el proceso de organización productiva; o sea, mediante la privación propia del ahorro.
Pero el culmen de la cuestión ha llegado con la caída del Muro de Berlín y la constatación definitiva de que la planificación centralizada ha resultado ser un rotundo fracaso. Las organizaciones estudiantiles, sobre todo en las universidades estatales, se han convertido en el reducto donde la crítica al capital se mantiene. Pero esto no debe calificarse de algo extraño. Como dice el economista estadounidense Thomas Sowell, las ideas contrarias al mercado sobreviven donde no se tiene que vivir del mercado. El capital se ha convertido en la baza a la que culpar de todos los males de este mundo. ¿Cambia el clima? El capital. ¿No encuentro trabajo porque mi grado no vale ni el papel del que está hecho? El capital. ¿Huyen las empresas de regulaciones absurdas y asfixiantes? El capital.
Pero nunca se dirá lo suficientemente alto y claro que el mejor amigo del trabajador es, precisamente, el capital. Este le libera de las actividades que antes consumían su salud por una productividad bajísima. La humanidad ha vivido en un estado de más o menos supervivencia hasta que, después de siglos, hemos caído en la cuenta de que lo que nos ha de ayudar a mejorar nuestro nivel de vida es, justamente, acumular bienes de capital. Utilizar esos bienes de orden superior para producir en mucho menos tiempo es lo que hace que este mundo esté poblado hasta unos límites que jamás soñaron nuestros antepasados. Pero, para darse cuenta de ello, hay que dejar atrás todos los prejuicios.
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